martes, 13 de enero de 2009
¿y para qué no tenemos vida?
Elevase ente los carros es diferente si hay un poco de alcohol circulando en el sistema. Detenerte, pensar en el futuro y desechar toda especulación sobre éste, mientras tranquilamente alzas la mano en señal de parada al microbús que abordaras en ese instante. Luces negras, ultravioletas o lámparas fluorescentes, no importa como te guste llamarles, todas llenan tus espacios blancos, descubres que has sido hecho de luces que nadie conocía en este mundo, luces que brillan más, o que simplemente realzan tu belleza. Uñas rosas, tan rosas que lastiman la vista de los que no logran ver. Ver, ver, ver, ver los visuales que la naturaleza provoca con el afán de llamar la atención de los que caminan muertos por las calles grises de una ciudad que se llena de porquería cada vez que caen lagrimas del cielo, cada vez que la basura se confunde con los sueños desechos de algún loco que se perdió en el camino a ninguna parte. Luces. Y todo de pronto se vuelve el pensamiento de un indigente que le ha tocado vivir con una familia en la que no existe. Todo el tiempo es todo el tiempo, y es nunca, y es vivir rayando las paredes que nadie vera, pero que sin en cambio serán tu motor y el motor de quien busca solo golpearte, masacrarte, embrollarte con la fluidez citadina de la que todos escapan. Pero el alcohol ya no es suficiente, y ahora buscas la esquina desierta de alguna colonia media olvidada, buscas un alguien y una situación. Aspiras, los pulmones llenos y el corazón también, exhalas y no que da nada más que los personajes que imaginaste alguna vez y hoy serán, otra vez el ruido en tu cerebro. Y después de volar por todo un camino lleno de tierra y ojos vigías decides regresar a donde anida la tristeza, a donde jurabas ya no regresar. Caminas sin pies. Y lloras sin lágrimas. Y de repente todos quieren morir ahorcados en la casa abandonada de enfrente, sin saber que el que si murió no lo deseaba tanto.
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